martes, 6 de diciembre de 2011

¿Qué hacer con la policía?


Vos el Soberano 

Por Víctor Manuel Ramos

No hay policía en la ciudad,… Ah, ahora comprendo, ya me estaba extrañando tanta tranquilidad.
La masa de policía es la misma para todos.
Qué ocurrencia, entre, entre, en qué mejores manos que las de la policía podría alguien sentirse seguro, preguntó la mujer.
Las verdades hay que repetirlas muchas veces para que no caigan, pobres de ellas, en el olvido.
Ensayo sobre la lucidez /José Saramago

Don Pepe Lobo no quiere enfrentar el problema de la policía como realmente debería, si es que pretende realmente cumplir con su slogan de campaña de ofrecernos completa seguridad a los habitantes de este desventurado país. No alcanzo a comprender si se trata de que se siente acorralado por la cúpula de la policía y del ejército o porque realmente no tiene interés pleno en el asunto. Las informaciones de los periódicos hablados y escritos nos llevan, desgraciada e irremediablemente, a pensar que se trata de lo primero. Veamos mis razonamientos: la actual policía es un desprendimiento del ejército, puesto que, a raíz del primer golpe de Estado dado en contra la democracia por los militares en componendas con Ramón Villeda Morales, la Guardia Civil, que así se llamaba entonces la policía, pasó a ser una dependencia de los militares y se convirtió a su vez, en una institución dedicada a la persecución política de los liberales a quienes se les acusaba de comunistas, a la represión de la ciudadanía y a el ejercicio de la delincuencia, porque la podredumbre que ha salido a la luz pública en estos día no es nada nuevo. Posteriormente, la policía, que fue cambiando de nombre pero no de actitud, llegó a convertirse, como dependencia del ejército, en un instrumento de represión y muerte, en los tiempos de la seguridad nacional jefaturada por el esquizofrénico general Álvarez Martínez.

Esta pobre democracia, de la que se enorgullecen las élites beneficiadas, logró, por fin, sacar a la policía del ámbito del ejército, pero, manos blandengues la de nuestros políticos, no tuvieron los suficientes arranques para cortar de manera definitiva el cordón umbilical que une a las dos instituciones, como tampoco pudo realmente someterse al poder civil emanado de las urnas a las Fuerzas Armadas.
El golpe de Estado fue la oportunidad que los militares vieron para volverse a encaramar en la conducción del Estado de Honduras, un poco tras bambalinas porque se apoderaron visiblemente de algunas instituciones que habían sido retornadas a manos de los civiles (Hondutel, Marina mercante, Migración, Aeronáutica civil, etc.), todo esto porque querían guardar un bajo perfil, necesario para no enfrentarse a la oposición mundial y al rechazo del pueblo hondureño que los habría arrinconado; por eso, y se dice que a confesión de parte relevo de pruebas, el General Romeo Vásquez, el verdadero gestor del golpe, ha declarado que no se quedó en el poder porque no quiso, pero, por lo que se ve, sigue siendo el verdadero poder tras el trono.
Los militares se desprestigiaron, frente al pueblo de Honduras, cuando durante la guerra que nos hiciera El Salvador, demostraron su incapacidad para defender la soberanía nacional y se les comprobó que manejaban los fondos de la institución y del país con desfachatada corrupción. El golpe de Estado en contra del Presidente Zelaya los vuelve a convertir en sujetos del odio y del rechazo popular, por frustrar las aspiraciones populares, por demostrar que son un instrumento de la oligarquía opresora y por la represión, el asesinato, la persecución, la tortura y la brutalidad a que sometieron al pueblo.
Por eso no nos satisfacen las voces que claman por un borrón y cuenta nueva. No compartimos con quienes dicen que no hay que sanear a la policía porque echarles a la calle sería engrosar las filas de la delincuencia por cuanto su oficio o profesión es el “ejercicio del acto delictivo”; pensar así es realmente una atrocidad pues, como podrá la población dormir tranquila sabiendo que en el interior de la policía se encuentras los bandidos con autoridad para delinquir. No se trata de mandar las manzanas podridas a la calle, se trata de enjuiciarlas y meterlas en chirona.
No veo tampoco el que una comisión interventora integrada por nacionales y extranjeros vaya a destruir el honor de los hondureños, porque lo que quieren los catrachos es que se aplique la justicia a los policías que han delinquido y que forman parte de las pandillas que hay en el interior de esta institución,(nadie piense que han desaparecido por arte de magia; sus integrantes se han reubicado pero siguen organizados y actuando como antes, sino vea, señor Lobo, los crímenes no han parado a pesar de la Operación relámpago) y que se asegure el derecho a la vida, sin la cual no vale ninguna honorabilidad.

Cómo no podríamos estar preocupados los hondureños si el mismo Ministro de Seguridad ha aceptado que “La situación es grave”, si la prensa ha denunciado que 1300 policías identificados gozan de impunidad, que los pandilleros pagan a un grupo de agentes de El Manchén y que los policías son los más denunciados por actos criminales., para poder delinquir, y si la Rectora Julieta Castellanos afirma que los asesinos de su hijo, los policías prófugos, están en el país y reciben protección de la policía (justo en el diario del 1 de diciembre aparece en primera plana un par de policías ladrones).

Las últimas bofetadas que ha recibido el pueblo son la autorización de los militares para que ejerzan funciones que corresponden a la policía, justamente a las Fuerzas Armadas cuya desaparición demandan los hondureños; y el nombramiento de de los directores de la evaluación de la policía, que ha dejado por fuera a María Luisa Borjas.
Señor Lobo, siga el hilo de la madeja y verá que le puede llevar a las barracas y comience a cortar por lo sano, sin miramientos de ninguna naturaleza.

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