jueves, 11 de agosto de 2011

América Latina: Reflexiones para los socialistas del Siglo 21



Una revisión crítica del pasado de los movimientos revolucionarios de América Latina, sin olvidar las huellas que el estalinismo ha dejado en ellos, puede contribuir a encontrar una justa medida para evaluar algunos de los riesgos que enfrentan los actuales gobiernos de izquierda latinoamericanos.

Por Klaus Meschkat *

Casi siempre los revolucionarios piensan que la victoria sobre sus oponentes significa una ruptura total con toda la historia anterior. En el mejor de los casos admiten la existencia de una prehistoria lejana cuyos protagonistas son evocados como precursores de su propio proyecto político. Fue así que la Revolución Francesa acudió a la Roma antigua. Es así que los socialistas y comunistas alemanes se refirieron a los combatientes que sucumbieron en las guerras campesinas del siglo 16. De manera similar, los representantes actuales de los gobiernos de izquierda de América Latina evocan a grandes precursores: Hugo Chávez obviamente a Simón Bolívar; Evo Morales, entre otros, a Tupac Katari y a Bartolina Sisa, dirigentes de los levantamientos del siglo 18 contra la colonia española; Rafael Correa a Eloy Alfaro.

Sin embargo, la relación de la política de izquierda con su propia historia no puede limitarse a celebrar y a apoyarse en esos grandes modelos. Carlos Marx se refirió irónicamente a los revolucionarios que se engalanaban y paseaban orgullosamente con los ropajes de épocas pasadas. También habló de la carga de la historia en El 18 Brumario: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado”.

La carga de la historia 

En aquel momento, Marx recomendó que la futura revolución social debía dejar bajo tierra a sus difuntos y no alimentar su poesía con el pasado, sino con el futuro. Los socialistas y comunistas de hoy no podemos seguir esta recomendación sin más, porque en la lucha contra el orden de la burguesía actual debemos cargar con un peso ignorado por Marx: la carga del llamado socialismo “realmente existente” del siglo 20, el que, abusando del término “socialismo”, provocó nuevas formas de explotación y opresión.

¿Qué papel juega esta historia para los gobiernos actuales de América Latina que se identifican con un antiimperialismo de izquierda y anuncian su deseo de realizar un nuevo proyecto “socialista”? Quienes se sirven, en forma responsable, de determinados términos y palabras, deben conocer la historia que tienen. Si hoy en día un partido se denomina “comunista” está de hecho ligado con la historia del movimiento comunista y debe asumir con conciencia esta herencia. Quienes anuncian un Socialismo del siglo 21 deben tener una idea de lo que hizo fracasar el Socialismo del siglo 20. Y si alguien proclama una nueva Internacional tendría que decir en qué se diferencia de la Tercera Internacional, disuelta sin pena ni gloria por Stalin en 1943.

El eco de la Revolución Rusa 
Desde sus comienzos, el movimiento revolucionario de América Latina se sintió inspirado por el ejemplo de la Revolución de Octubre, a pesar de que la revolución mexicana fue anterior a la revolución rusa. Sin duda, en esta inspiración compartida hubo grandes diferencias entre un país de inmigrantes como es Argentina -que con sus inmigrantes importó las tradiciones del movimiento obrero europeo, incluyendo las luchas entre socialistas y comunistas de todas las tendencias- y los países andinos, que no fueron el destino de una inmigración europea tan masiva a lo largo del siglo 19. Pero a todos les llegó la noticia de que en la lejana Rusia un hombre llamado Lenin había derrumbado el poder de los terratenientes y capitalistas. El eco de la Revolución de Octubre no tardó en llegar a América Latina y animó a todos los que querían iniciar una lucha contra los explotadores y opresores propios. “¡Que viva el bolchevismo!” gritaron los artesanos en su marcha de protesta de 1919 en Bogotá. Y los habitantes de la capital colombiana se sorprendieron al ver calles de los barrios obreros bautizadas con los nombres de Lenin y Trotski, ya en aquel año 1919.

Esta evocación de una revolución geográficamente distante no significa que los dirigentes del movimiento revolucionario hayan orientado sus acciones en base a los escritos de Marx, Lenin o Trotski, a quienes en su mayoría no habían siquiera leído. Pero, aún sin estas instrucciones externas, supieron dónde se podía atacar el sistema de capitalismo dependiente dominante en sus países. En Colombia, por ejemplo, en los enclaves donde estaba penetrando el imperialismo norteamericano: los centros de la explotación petrolera operados por compañías extranjeras y las zonas de cultivo de banano, y también en las zonas donde dominaba el cultivo del café y su transporte a los puertos. Ahí comenzaron con un trabajo de organización temerario y creativo: las organizaciones sindicales emergentes eran a la vez titulares de la lucha política porque, por suerte, no les había llegado aún ningún mensaje de la Segunda o la Tercera Internacional exigiéndoles tomar la medida “necesaria” de separar el sindicato del partido.

Al igual que en Colombia, al comienzo de los años 20 del siglo pasado, también otros países latinoamericanos tuvieron un período de grandes huelgas y movilizaciones masivas, una época en la que los socialistas revolucionarios publicaron excelentes periódicos y revistas para intercambiar información e ideas revolucionarias. En Colombia se dieron las llamadas “giras”: giras de agitación y campañas de ilustración, temidas y denunciadas por los depositarios del poder por su potencial subversivo. Una mujer excepcional jugó en todo esto un rol especial: María Cano, maestra de Medellín, la celebrada “Flor del Trabajo”, que durante algunos años fue considerada como una especie de Rosa Luxemburgo colombiana.
Los revolucionarios de aquella primera hora
Los revolucionarios de aquella primera hora trataron también de ubicar sus actividades de ilustración y organización en un contexto mundial. Como centro idóneo de la revolución mundial se ofrecía la Internacional Comunista, fundada por Lenin en Moscú en el año 1919. También en esto hubo un desfase entre los países del Cono Sur y los países andinos. Ya en 1922, Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista chileno, viajó a Moscú como delegado del Cuarto Congreso de la Internacional Comunista (Komintern), al igual que el dirigente argentino José Fernando Penelón. Recabarren elaboró un informe de viaje muy positivo sobre la Rusia de los obreros y campesinos. Durante su prolongada estadía en Europa (1919-1923), el peruano José Carlos Mariátegui participó en las actividades de los comunistas franceses e italianos y se acercó por esta vía al Komintern a pesar de no haber podido viajar a Rusia.

Una discusión más amplia de los problemas de América Latina se inició recién a fines de los años 20. En ese entonces, el responsable de América Latina de la Central del Komintern era Jules Humbert-Droz, cofundador del Partido Comunista Suizo e intelectual que contribuyó a una comprensión más profunda de las sociedades que aún eran llamadas “semicolonias”. En el Sexto Congreso Mundial del Komintern (1928) presentó una ponencia sobresaliente que anticipó muchos aspectos de las teorías posteriores de la dependencia. Humbert-Droz representó también a la Internacional Comunista en el primer encuentro de los partidos comunistas de América Latina, realizado en Buenos Aires en junio de 1929.

En mi opinión, las actas de este encuentro son el documento más importante sobre los inicios del movimiento comunista de América Latina. Por primera y -desgraciadamente- por última vez se discutieron abiertamente problemas fundamentales de la estrategia revolucionaria en el continente. Todo se documentó, incluyendo las opiniones no ortodoxas que luego fueron censuradas como “desviaciones”. Hoy en día, ese documento -originalmente publicado como libro- circula en fotocopias entre los investigadores interesados. No estaría mal que se promoviera una nueva publicación en forma de libro.
La tragedia fue Stalin
La tragedia del movimiento comunista de América Latina reside en que este encuentro de sus líderes se haya dado justo en el momento en el que la lucha interna por el poder en el centro de la revolución mundial ya se había decidido a favor de Stalin. El futuro déspota había logrado poco antes eliminar políticamente a Nikolai Bucharin, su último oponente potencial entre los viejos bolcheviques, destituyéndole de su cargo de presidente de la Internacional Comunista. Con esta movida apartó también a todos los amigos y co-idearios de Bucharin de las posiciones clave en el aparato, entre ellos también a Jules Humbert-Droz, odiado desde antes por Stalin por haber criticado la intervención de Stalin en los asuntos internos del Partido Comunista alemán. Jules Humbert-Droz dejó de ser responsable de América Latina y sus valiosos aportes teóricos fueron borrados del curriculum de la Escuela Lenin del Komintern.

Desde mediados de 1929 se inició un rápido proceso de estalinización, tanto en la central del Komintern como en los diferentes partidos comunistas de América Latina. Sin embargo, habría que diferenciar claramente entre, por un lado, la imposición de determinadas posiciones de Stalin en una coyuntura histórica dada y, por otro, las características permanentes de la ideología y realidad organizativa que marcaron el movimiento mundial comunista desde la victoria de Stalin sobre sus oponentes, más allá de su muerte e inclusive más allá del derrumbe de la Unión Soviética.

Entre las posiciones políticas coyunturales que Stalin quiso imponer en el mundo entero hay que mencionar, en un inicio, la idea de una lucha de clase contra clase, que excluía toda política de alianza con los segmentos progresistas de las capas medias y los campesinos dueños de tierra y que difamaba a los socialdemócratas como social-fascistas a los que había que combatir con un fervor aún mayor que a los verdaderos fascistas. En América Latina, donde el proletariado industrial era aún poco numeroso, los partidos comunistas emergentes debían proletarizarse a cualquier costo: los proletarios “puros”, aún no contaminados por aberraciones ideológicas, debían reemplazar en el partido a los elementos pequeño burgueses siempre vacilantes.

Estas ideas, que no tomaban en cuenta las estructuras de clase reales de América Latina, se abandonaron pocos años después para, en aras de un “frente popular” surgido de la lucha anti-fascista, ser reemplazadas por el concepto de una alianza con una parte de la clase dominante, la burguesía nacional supuestamente existente. Sin embargo, el frente popular tal como se promovió en el séptimo y último Congreso Mundial de 1935 no dejó sin vigencia al estalinismo, que poco después alcanzó su cúspide bárbara en los procesos de Moscú y en la Gran Purga realizada en la Unión Soviética.

Herencias del Estanilismo
Existen características duraderas del estalinismo que se pueden identificar independientemente de los cambios coyunturales de la política determinada por Stalin. Destaco cuatro aspectos. El menosprecio de los antecedentes propios de los movimientos revolucionarios. La denuncia de desviaciones. La introducción de una autocrítica ritualizada. La defensa incondicional de la Unión Soviética.

Toda política comunista se fundamenta en la idea de que se requiere un partido marxista-leninista construido a base de los criterios del así llamado centralismo democrático. Este partido debe figurar como una sección de una organización mundial en un país determinado, siguiendo las instrucciones de la central. Desde el Segundo Congreso de 1920, la adhesión de un partido a la Internacional Comunista estaba supeditada a las famosas 21 condiciones que, sobre todo, hicieron obligatoria la lucha irreconciliable contra la socialdemocracia. En tiempos de Stalin se concluyó, partiendo de este concepto de partido, que el Komintern no daría crédito a la historia del movimiento revolucionario previa al contacto, considerándola apenas como prehistoria marcada por todo tipo de errores que necesariamente tenían que ocurrir por el desconocimiento del marxismo-leninismo. La construcción desde cero de un verdadero partido comunista exigía la superación total de esa fase inicial, que por estar cargada de errores era tachada.

¿Qué hacer con los líderes originarios que, sin haber sido instruidos por Moscú, se habían destacado en la primera fase heroica del movimiento revolucionario? Primero se les ofreció seguir trabajando en el partido en una posición subordinada, siempre y cuando estuvieran dispuestos a reconocer su culpabilidad por los errores del pasado. Muy pronto, estos errores se convirtieron en el centro de atención, y ya no se hablaba de los méritos. El que no se sometía cien por ciento y asumía toda la “culpa” de los errores del pasado, fue desplazado. Así sucedió en Colombia con Tomás Uribe Márquez, durante años la figura clave del Partido Socialista Revolucionario. Su ex-coideario Ignacio Torres Giraldo, exiliado en Moscú, fue obligado a marcar distancia y finalmente a suspender toda correspondencia con Uribe Márquez para hacer creíble su ruptura con el pasado.

El rechazo de los líderes históricos
La estigmatización de los líderes originarios parece haber sido de gran importancia para la cohesión del partido estalinizado. Existen procesos análogos en la mayoría de partidos comunistas latinoamericanos. En Chile le tocó, en una fase temprana, a Manuel Hidalgo. En Argentina a Penelón. En Brasil al legendario revolucionario Luis Carlos Prestes, quien después del fracaso de sus intentos de levantamiento fue persuadido a unirse al partido comunista e invitado a viajar a Moscú. En su caso, la abdicación del pasado se volvió aún más absurda: fue el mismo Prestes quien, en su calidad de comunista renacido de tendencia estalinista, llamó a combatir el “prestismo”. En Perú, José Carlos Mariátegui, el marxista latinoamericano más importante, fue estigmatizado poco después de su muerte en 1930, sobre todo por haberse opuesto a que se fundara un partido comunista peruano como “partido de la clase del proletariado”: El “mariateguismo” fue proscrito. También Luis Emilio Recabarren, fundador del comunismo chileno, fue excomulgado post mortem en los años 30 por el Komintern por considerarlo responsable de la sobrevivencia de opiniones oportunistas y socialdemócratas en el partido comunista de Chile. De manera análoga, el “luxemburguismo” y el “recabarrenismo” se convirtieron en ideología enemiga.
La denuncia de las desviaciones 
La denuncia pública de las desviaciones fue parte integral de la ideología estalinista. A pesar de que las prácticas de la marginación y difamación de los oponentes dentro del partido ya habían jugado un rol preponderante en los escritos polémicos de Lenin, fue bajo Stalin que el “disidente” se convirtió en un enemigo digno de ser eliminado físicamente. Obviamente, el prototipo era el gran oponente Trotski. Ya a fines de los años 20 el “trotskismo” era considerado la encarnación del Mal. Con la eliminación de Bucharin, se agregó en 1929 la “desviación hacia la derecha” (y/o los conciliadores). La línea correcta del partido bolchevique tuvo que ser defendida permanentemente contra ambas amenazas.

Sólo en la lucha permanente contra las desviaciones, los comunistas de todos los países podían tomar conciencia
y conservar su identidad y hasta tuvieron que luchar contra las desviaciones y los disidentes aún antes de que se manifestaran en los diferentes partidos. Existe, por ejemplo, una comunicación significativa, de fecha del 1 de julio
de 1932, dirigida por la oficina del Komintern en el Caribe al Partido Comunista de Colombia, en la que se solicita llevar la lucha por la denuncia del carácter antirrevolucionario del trotskismo a nivel mundial, a pesar de que no existía en Colombia ningún grupo trotskista.

El comunismo latinoamericano de comienzos de los años 30 se caracterizó por el hecho de que las supuestas aberraciones ideológicas en los diferentes países eran agrupadas en las grandes desviaciones definidas por el Komintern. En el análisis de clases se utilizó la etiqueta “pequeño burgués” para identificar y estigmatizar opiniones disidentes, una práctica que desgraciadamente ya había sido usual en la polémica marxista de la Segunda Internacional. Muchas veces fueron intelectuales -también “pequeño burgueses”- los que por esta vía trataron de invalidar los argumentos de otros intelectuales haciendo referencia a su pertenencia de clase. El hecho de que muchos de los primeros comunistas autodeclarados -por ejemplo, abogados y literatos que formaban parte de la inteligencia- hayan sido los primeros en desertar hacia el “enemigo de clase” -volver a su origen de clase en la mayoría de casos- resultó conveniente para aplicar esta clasificación simplificadora. Sin embargo, hubo muchos intelectuales que no claudicaron y, por otro lado, también algunos activistas sindicales de origen obrero que cayeron en las redes del poder dominante.

De todos modos, el lema de la “proletarización” resultó particularmente problemático en su aplicación en América Latina porque se refería directamente a un proletariado de las fábricas que en ese entonces no era más que una minoría minúscula entre la gran masa de explotados del subcontinente. Como consigna, la “proletarización” no hacía referencia a un proletariado realmente existente, sino al mito de una disciplina “proletaria” que, a fin de cuentas, no era más que la sumisión a las instrucciones de la central. De los “proletarios” aún no deformados por ninguna “falsa doctrina” se esperaba que renovaran el partido reconociendo al todopoderoso Stalin y a los pequeños Stalins de los diferentes países y partidos.
La introducción de una autocrítica ritualizada
En la domesticación de los futuros funcionarios estalinistas del Komintern el procedimiento de la autocrítica desempeñaba un rol central. Existen estudios nuevos con excelentes análisis de los mecanismos de la autocrítica. Uno de ellos, la monografía de un colega de Austria, compara la autocrítica comunista con la confesión católica. Las biografías de algunos revolucionarios colombianos contienen ejemplos muy ilustrativos. En el caso de Ignacio Torres Giraldo, la evolución del proceso -que comienza con admitir algunos errores cometidos y termina con la censura total de la propia historia- puede ser documentada con precisión.

Una primera autocrítica no resultó suficiente porque, desde Moscú, Torres Giraldo sólo explicó a sus camaradas en Colombia los motivos de su precipitada salida del país. Tuvo que redactar una segunda autocrítica mucho más fuerte,
y finalmente una última, que llevaba el sugerente título “Liquidando el pasado”, donde Torres Giraldo sobrepasa el límite de la autocrítica acusándose de haber actuado “objetivamente” al servicio del enemigo de clase. El documento de 1932 hace presentir los futuros excesos en las autoinculpaciones de los acusados de los procesos de Moscú de 1936-1938.

Si comparamos estos procedimientos con la actuación de la compañera de Ignacio Torres Giraldo vemos hasta qué punto estas autohumillaciones se debían también al ambiente vigente en Moscú. En Medellín, María Cano se enteró de las acusaciones contra quien fuera el líder del Partido Socialista Revolucionario en un pleno del partido en julio de 1930
y dirigió una carta al Secretario General recién elegido. Aunque admite ciertos errores, se defiende claramente y con dignidad de la difamación de los hasta entonces reconocidos protagonistas del auge revolucionario de los años 20,
cuyo grupo ella integraba.
La defensa incondicional de la Unión Soviética 
De los funcionarios enviados a Moscú -expuestos por un tiempo prolongado a la vida cotidiana soviética- se debería haber podido esperar un mínimo de distancia crítica, sobre todo porque ya habían probado su aguda capacidad de observadores críticos de la sociedad en su propio país. Ignacio Torres Giraldo -quien vivió más de cuatro años en Moscú (fines de 1929 hasta comienzos de 1934)- dejó apuntes autobiográficos que demuestran que un militante revolucionario de un país latinoamericano percibió la realidad rusa tal como se presentaba en la propaganda oficial: veía únicamente los logros ejemplares del socialismo en construcción. Logros que en su opinión se veían, sin embargo, amenazados por el sabotaje de elementos enemigos que exigían extrema vigilancia. Se unió incondicionalmente a la difamación de toda oposición e inclusive llegó a defender los procesos de Moscú.

La misma glorificación de la Unión Soviética y de la Internacional Comunista como central omnisciente de la revolución mundial fue también compartida por aquellas y aquellos primeros comunistas que, como María Cano, se negaron dignamente a distorsionar su propia historia. En el supuesto caso de una decisión equivocada de la central del Komintern se argumentaba que sólo podía haberse dado como consecuencia de una información incompleta o falsa o, eventualmente, por una infiltración de elementos enemigos del partido y sus maniobras de engaño.

Tampoco correspondía a los miembros disciplinados de un partido leninista referirse a los debates sobre tendencias que se llevaban en la cúspide de su organización mundial. No sorprende entonces que Tomás Uribe Márquez, ya excluido del partido, no obtuviera ninguna respuesta a su extensa carta dirigida a la cúpula del Komintern en la que llamaba la atención sobre los errores cometidos por la cúpula del partido colombiano y solicitaba el envío de una nueva delegación de Moscú con el fin de renovar el partido. Aquí se ve claramente hasta qué punto los “disidentes” de entonces -cuya exclusión correspondía a la lógica del Komintern- seguían creyendo en la sabiduría y el poder absoluto de la central de un partido mundial del proletariado.

Entre algunos protagonistas de esta época, la fidelidad con la Unión Soviética perduró más allá de su derrumbe
y hundimiento. Hace dos años tuve la oportunidad, en Quito, de hablar con César Endara, cofundador del Partido Socialista, luego Partido Comunista de Ecuador. Endara tenía 103 años de edad cuando hablamos de su estadía en Moscú en 1929. Me contó que no estudió, como se lo habían ofrecido, en la Escuela Lenin del Komintern, sino en la Universidad de los Pueblos del Este, porque en la escuela Lenin se enseñaba a los latinoamericanos en castellano y el joven Endara prefirió estudiar con los estudiantes del Este y aprender ruso, el idioma de la Revolución de Octubre, el idioma de Lenin. Con orgullo me mostró su biblioteca, toda una habitación llena de libros y revistas en ruso, no quería separarse de ninguno. César Endara quería discutir conmigo por qué la Unión Soviética se había hundido, pero yo tenía que correr al aeropuerto y dejamos el tema para una siguiente visita, que ya no se pudo dar. César Endara falleció a los 105 años.
¿Para qué desenterrar esta memoria?
La posibilidad de realizar un análisis crítico del estalinismo, basado en fuentes históricas hasta la fecha desconocidas, se dio a partir de 1991 con la apertura del archivo del Komintern de Moscú. Personalmente pude valerme de los trabajos previos del historiador de la RDA, Jürgen Mothes, fallecido en 1996. También acudí a los archivos de Moscú en 1994. El resultado de estos estudios es el libro documental “Liquidando el pasado”, elaborado conjuntamente con José María Rojas y publicado en Bogotá en 2009. De ejemplo nos sirvió un libro sobre Chile, publicado a partir de los archivos soviéticos por Olga Uljanova, historiadora rusa residente en Chile. Por su iniciativa se realizan, desde hace una década, reuniones de investigadores latinoamericanos de la Internacional Comunista en congresos internacionales, la última en el marco del Congreso de Americanistas realizado en México en julio de 2009. En el Congreso se iniciaron también similares documentaciones sobre Perú y México.

La reconquista de este pasado sepultado no es de interés exclusivo de los investigadores históricos. Desde mi punto de vista, es una herramienta para defenderse de la literatura de los renegados que escogen a su discreción y manipulan las fuentes para sus propios fines para difamar todas las luchas revolucionarias del pasado, con el propósito obvio de hacer aparecer como inútil y peligrosa toda búsqueda actual de un orden social alternativo no basado en la explotación y la inequidad.

El propósito mío y el de mis colegas es otro: es desenterrar la memoria sepultada de los primeros movimientos revolucionarios de América Latina como una fuente que permita superar las deformaciones estalinistas que se sienten hasta el día de hoy en los movimientos actuales y así abrir caminos para una política emancipatoria.
Sin experiencias de aquella represión
En América Latina, este análisis y la confrontación con el pasado estalinista de las propias organizaciones, quedaron incompletos. Supongo que existen razones y son comprensibles. En primer lugar, los revolucionarios latinoamericanos casi no fueron afectados por las purgas que cobraron innumerables víctimas en la Unión Soviética en los años 30. Entre esas víctimas no sólo estaba una mayoría de integrantes de la cúpula original de los bolcheviques rusos, también había muchos cuadros exiliados de partidos comunistas.

Un caso extremo fue el de Polonia: de un total de 26 altos cuadros polacos del aparato del Komintern se liquidó a 25. Ninguno de los líderes comunistas polacos cayó como víctima de la represión del enemigo de clase en su propio país y sólo uno sobrevivió a las purgas estalinistas. La represión cobró también muchas vidas entre los cuadros de la cúpula del partido comunista alemán. Sin embargo, entre los numerosos latinoamericanos que en aquellos años trabajaron en el aparato del Komintern o en la Escuela Lenin de Moscú apenas se conoce el caso de un mexicano que pasó algunos años en un campo de concentración, probablemente a causa de su amistad con una funcionaria rusa del Komintern que era perseguida. Los comunistas latinoamericanos tampoco quedaron afectados por la ola de persecución de tinte antisemita llevada contra líderes comunistas que hubo en Europa del Este en los años previos a la muerte de Stalin (1949-1952). Todo esto indica que no tuvieron experiencias directas de la represión estalinista.
Quedan huellas de Stalin
El estalinismo no acabó con la muerte de Stalin. El famoso discurso secreto de Khrushchev del Veinte Congreso de 1956 sólo condujo a una des-estalinización superficial bajo la fórmula minimizadora de la superación del culto a la persona.

Hay motivos suficientes para calificar las estructuras de poder de la Unión Soviética y de los países de la Europa del Este como neo-estalinistas hasta la fecha de su derrumbe. En su estructura de poder real se mantuvo el principio del monopolio de poder ilimitado del grupo líder de un partido de Estado. Se trata de un concepto creado ya bajo Lenin por las condiciones de la guerra civil en la joven Rusia Soviética.

Para Lenin, la prohibición de todos los partidos políticos en competencia con los bolcheviques, así como la prohibición
de formar fracciones dentro del partido comunista ruso -proclamada en 1921- no fue más que una medida limitada o de emergencia en una situación excepcional, nunca considerada como característica permanente de una democracia socialista. Terminada la guerra, la necesidad se hizo virtud y se definió el rol líder del Partido Comunista en la Constitución.
El eco de América Latina
El efecto que tuvo el ejemplo soviético en los años de la Guerra Fría en los países latinoamericanos, donde los revolucionarios, que originalmente actuaban fuera del comunismo aprobado por Moscú, ganaron contra el viejo orden, fue enorme.

Hacer un resumen adecuado sería tan pretencioso como querer resumir la historia y problemática de la revolución cubana en pocas frases. Sólo quiero hacer referencia a un artículo reciente de nuestro amigo Boaventura de Sousa Santos, que me parece ser un nuevo punto de partida muy idóneo para una discusión seria acerca de Cuba. Tampoco se puede aquí resumir la experiencia de la Unidad Popular de Chile, donde un Partido Comunista, bien anclado en un sector de la clase obrera, logró, en alianza con el Partido Socialista y otras fuerzas políticas de izquierda, ser elegido en elecciones libres, formar gobierno y preparar la transición a un orden socialista. A pesar de haber trabajado personalmente en la Universidad de Concepción hasta el golpe de Pinochet y haber participado en la investigación de las nuevas formas de organización de la clase obrera chilena en la región, debo también omitir estas experiencias.
El peligro de sofocar la discusión 
Para la izquierda del mundo entero, el desarrollo logrado en varios países de América del Sur después de la victoria electoral de Hugo Chávez a fines de 1998 resulta muy alentador. ¿Cómo puede una revisión del pasado del movimiento revolucionario de América Latina contribuir a encontrar la justa medida para lograr una mejor evaluación de los progresos y riesgos actuales?

A mi parecer, los grandes lemas se anuncian a veces prematuramente y con poca visión. Muchas veces, una mirada hacia atrás nos permite evitar el riesgo de confundir los ideales proclamados con la realidad existente y así librarnos de la consiguiente repetición de los errores del pasado. Sin duda, resulta más cómodo aclamar a los líderes que nos impresionan y justificar sus palabras y acciones sin cuestionarlas porque ellos han enfrentado a oponentes excesivamente poderosos. También en los movimientos alemanes de solidaridad existen estas tendencias, a veces inclusive combinadas con la glorificación a posteriori del seudo-socialismo que dejó de existir en 1989.

Quisiera sugerir que se reflexione también sobre la relación entre el partido y los consejos populares o ciudadanos. Actualmente, se observa en los países gobernados por gobiernos progresistas la tendencia a convertir los partidos de izquierda, surgidos en primera instancia como instrumentos para conquistar el gobierno en una democracia representativa, en algo más sólido, en partidos capaces de posibilitar la acción unida y cerrada de todas las fuerzas progresistas. En este afán, el tema de la unidad frente a la necesaria diversidad de las tendencias tiende a ser visto con un absolutismo exagerado y se llega fácilmente, tal vez sin querer, al modelo de un partido marxista-leninista en el que incluso se prohíbe formar fracciones.

Para justificar esto se puede siempre recurrir al argumento de la amenaza externa. El poderoso oponente -así se decía en 1920 y así se sigue diciendo hoy- se aprovecharía enseguida de toda discusión abierta que diera cabida a opiniones diferentes, para entrar por este punto débil con sus fuerzas contrarrevolucionarias. La historia nos demuestra lo contrario: el sofocamiento de una discusión vital es mucho más peligroso que cualquier maniobra de la contrarrevolución, porque una discusión presupone siempre la posibilidad de la libre articulación de posiciones opuestas, la posibilidad de que representantes de tendencias diferentes, y hasta opuestas, discutan dentro del partido y así contribuyan a la definición del mejor camino a seguir. Ciertamente, se debe llegar a resultados que permitan una acción concreta del gobierno por un período de tiempo, pero la discusión no debe ser dada por concluida en ningún momento.
¿Y los consejos?
Sin duda, es alentador que los portavoces de la revolución venezolana se refieran actualmente a los Consejos con la aspiración de iniciar desde ahí una reestructuración del Estado. Sin embargo, todo observador consciente de la historia se preguntará enseguida: ¿Hasta qué punto se quiere avanzar con la democracia participativa de esos Consejos? ¿Acaso hasta el punto en el que la estructura de Consejos construidos de abajo para arriba elimine también el monopolio de poder de aquellos que, en su calidad de líderes históricos, conducen por décadas el destino del país, y lo conducen por ser considerados indispensables, primero por la población, y finalmente también por sí mismos?

Como se sabe, en los primeros años de la Unión Soviética las cosas se desarrollaron en el sentido inverso.
Los Consejos, constituidos en un inicio, perdieron su poder paso a paso y la dictadura del proletariado terminó siendo simplemente la dictadura del partido del Estado. Los procesos reales de decisión en este tipo de estructura son determinados por las líneas de mando de un partido centralista que obviamente deben quedar ocultas para toda persona extraña. Esta situación determina también la debilidad de muchos estudios sobre el “poder popular”, que respetan el tabú según el cual todo puede ser objeto de análisis sociológico, con excepción del funcionamiento real del partido en el gobierno.

El mismo nombre Unión Soviética -Unión de las Repúblicas de Consejos Socialistas- era una denominación falsa desde los años 30, porque los Consejos ya habían sido eliminados de los procesos de toma de decisiones. ¿Cómo evitar que esta involución ocurra en todos los países donde un partido líder, centralizado y bien dotado de recursos, se encuentra con Consejos cercanos a la base pero atomizados, consejos que no se relacionan entre sí en forma autónoma desde abajo hacia arriba sin la dirección de un líder permanente o de un partido líder?
Entre “El Buen Vivir” y el  “Vivir Mejor”
Desde hace algunos años se proclama el Socialismo del siglo 21. No se presta para ser patentado por más que se haya redactado oportunamente un libro con ese nombre. Si hoy en día se habla seriamente de socialismo, éste debe ser algo más que la suma de ideas de uno o varios presidentes de los países andinos, por más visionarios que sean a veces.

Pesa siempre la amenaza de un simple renacimiento de determinados elementos del Socialismo del siglo 20, que llegó a sobrestimarse a tal punto que se autodefinió como “realmente existente”, término favorito también de los ideólogos burgueses, interesados en la difamación permanente de toda forma de socialismo.

Pero, ¿acaso no habrá algo que se parezca a algún principio de ese “otro mundo” que sería una sociedad digna del ser humano a la que aspiramos y que nos pueda servir de guía? Creo que podemos hoy descubrir este principio si nos alejamos de un enfoque eurocentrista. Deberíamos reconocer que determinados términos utilizados
en los idiomas de los pueblos andinos constituyen la mejor crítica de un orden cuyo carácter suicida se volvió a evidenciar desde la llamada crisis financiera hasta la destrucción ambiental de extensos hábitats vitales por el derrame de petróleo en el Golfo de México.

Poco después de la elección de Evo Morales tuve el privilegio de hablar con David Choquehuanca, el nuevo Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, quien me explicó la diferencia entre el “buen vivir” y el “vivir mejor”. Todos deberíamos aspirar al buen vivir, mientras la idea del “cada vez mejor” hace referencia a la carrera loca que sigue la lógica de la acumulación capitalista.

Puede ser que yo haya estado especialmente abierto a estas verdades porque recordaba algo de la diferencia que hizo Marx entre “valor de uso” y “valor de cambio” en la crítica de la política económica. De todos modos, creo haber entendido lo que significa el “buen vivir” que ha quedado anclado en las nuevas Constituciones de Ecuador y Bolivia. Gracias a mi conocimiento de algunos de sus escritos sé que Boaventura de Sousa Santos va en ese mismo camino.

Hay que preguntarse si todo esto ya es suficiente para justificar una nueva Quinta Internacional. Tengo mis dudas. En primer lugar, el programa -y sobre todo, la política práctica de los gobiernos actuales de izquierda de América Latina- ya albergan la disputa entre líneas diferentes, e inclusive opuestas, y no me parece estar seguro de cuál de ellas se impondrá. Se observa, por ejemplo, un fuerte conflicto entre el afán de una explotación acelerada de la Naturaleza mediante megaproyectos que, en el fondo, siguen la misma lógica de los consorcios multinacionales, y otras iniciativas meritorias que luchan a favor de la conservación de la Naturaleza, como es en Ecuador el proyecto Yasuní. Esperemos que esta otra línea se imponga, pero una identificación ciega con los líderes de los gobiernos progresistas no me parece el mejor camino para excluir la victoria de un nuevo desarrollismo.
¿Aliados de la Teocracia de Irán?
¿Acaso el anti-imperialismo puede ser considerado como base segura de una nueva Internacional? Tengo mis reservas y son considerables. Sin duda, resulta necesaria la resistencia contra la política agresiva de la superpotencia de América, donde se observa la continuidad de una política imperialista de Estados Unidos, también bajo el Presidente Obama. Una política que va desde la ampliación de las bases militares en Colombia a la permanencia del bloqueo contra Cuba, pasando por el apoyo de facto al golpe en Honduras. Pero para los socialistas esto no puede significar que cada enemigo de Estados Unidos sea automáticamente un amigo y aliado. Hay gobiernos opresores cuyos representantes no pueden ser aliados de ningún socialista, entre ellos el actual presidente ilegítimo de Irán.

En Alemania, los socialistas independientes compartimos una larga historia con los demócratas de Irán. Es una historia iniciada en el tiempo de las protestas contra la visita del Sha a Berlín en 1967. Después de su derrocamiento, casi todos sus enemigos -que habían regresado a su país- fueron expulsados otra vez por un nuevo sistema opresor, esta vez teocrático. Considero que apoyar a la oposición democrática a un sistema teocrático fue y sigue siendo obvia. Hace un año, el amplio movimiento de protesta contra el fraude electoral en Irán fue recibido con beneplácito por toda la izquierda de Alemania y fue grande la desilusión cuando ese movimiento fue descalificado como contrarrevolucionario por Hugo Chávez.

El Consejo Científico de ATTAC-Alemania publicó en julio de 2009 una declaración de respaldo al movimiento de emancipación en Irán, en el que también hizo referencia a los líderes progresistas de America Latina, en la que decíamos: “La posición que tomó Chávez y otros en Sudamérica está en franca contradicción con los ideales emancipadores del “Socialismo del Siglo 21”. Los derechos universales no deben ser sacrificados por juegos tácticos de geopolítica”.

La evaluación de los acontecimientos en Irán me parece demasiado importante para poder callar diferencias tan graves. Los amigos y camaradas de Irán que hicieron un llamado a la solidaridad con el movimiento democrático de su país son a la vez los críticos más firmes de la política de los Estados Unidos y de Israel y no dejan de insistir en protestar contra la política de ocupación israelí y los preparativos de guerra de Estados Unidos. Ninguno de ellos está a favor de las sanciones impuestas a Irán o estaría opuesto a mejores relaciones económicas de Irán con los gobiernos progresistas de América Latina. Pero declararse solidario con un usurpador y opresor es otra cosa.
Recuperar el patrimonio sepultado 
No pretendo ser tan negativo. También para los socialistas independientes de Alemania, el desarrollo político de la última década en América del Sur es muy alentador. Deberíamos estudiarlo atentamente y mostrar toda nuestra solidaridad, sobre todo para defendernos contra las políticas negativas de nuestros propios gobiernos de Europa. Sin embargo, esto no debe devolvernos a las formas tradicionales de una solidaridad limitada a los aplausos que se ponen a disposición de los aparatos oficiales de propaganda, con los desgastados rituales de la amistad entre los pueblos en el socialismo realmente existente. Me parece necesario desarrollar nuevas formas de solidaridad crítica a las que cada uno puede contribuir.

Dentro de las tareas prioritarias está la recuperación del patrimonio sepultado de los movimientos revolucionarios de América Latina. Estoy convencido de la importancia que tiene para la izquierda latinoamericana la memoria de una práctica emancipatoria y de sus protagonistas antes de la deformación estalinista. En Colombia participo con gusto en una iniciativa de cientistas sociales y sindicalistas interesados en revivir la memoria de María Cano. En este campo, los historiadores europeos que suelen acceder con mayor facilidad a sus archivos y a los de Moscú, pueden a veces asumir tareas que resultan más complicadas para sus colegas latinoamericanos. Como ejemplo quisiera mencionar la biografía de Augusto Sandino, escrita por mi amigo y colega Volker Wünderich, una obra recientemente reeditada en Nicaragua, muy reconocida por los historiadores progresistas de ese país.

Es sumamente importante que las figuras sobresalientes del movimiento revolucionario sean presentadas en su complejidad y con sus contradicciones, más allá de la glorificación estéril de héroes. Lo logró también mi colega Christine Hatzky con su biografía de Julio Antonio Mella, cofundador del Partido Comunista de Cuba, y es una buena noticia que en 2009 una traducción de este libro poco ortodoxo haya sido publicado por una editorial cubana. Un mejor entendimiento del pasado puede también ayudar a lograr una mejor orientación en un presente difícil.

* Miembro del Comité Científico de ATTAC – Alemania. 
Este texto es una versión abreviada de su contribución en el Seminario “Democracia, Participación y Socialismo”, organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo, celebrado en Quito en Junio de 2010.


Fuente: Envío Nº 352

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