martes, 16 de noviembre de 2010

Tomy: Descifrar las incógnitas de la caricatura

Cubarte
Tomy, el gran caricaturista cubano. Foto: Juventud Rebelde


Por Jaime Sarusky

Desde que en su natal Barajagua hurgaba en las plantas buscando el color de sus jugos, Tomy, el caricaturista, alentaba una vocación que con los años se revirtió en una obra que hoy cuenta con más de treinta galardones en Cuba y en el mundo. Su origen, el modo de estar al tanto de las inquietudes populares, son apreciables en sus dibujos que poseen la rara y codiciada virtud de hacer reír y pensar.

Una noche de 1968, o quizás fue una espléndida mañana, vaya usted a saber, el muchacho de Barajagua decidió jugarse el todo por el todo, y despejar de una vez las incógnitas de su futuro, así que lió el magro bulto de ropas, revisó los bolsillos, comprobó que tenía cuarenta pesos nada más, aunque a él le parecieron muchos, se echó el jolongo al hombro, dijo me voy para La Habana y se despidió de la madre y se despidió del padre.

Así, con millones de sueños dándole vueltas en la imaginación y la idea tenaz, persistente, de ser caricaturista, dibujante, vino Tomy a la capital con sólo diecinueve años.

Pero lo interesante de la decisión de quemar las naves y lanzarse a la conquista de La Habana, que casi siempre es el primero de una serie sucesiva de pasos de cada quien en la búsqueda de un lugar bajo el sol, en él era, tal vez, el último, o uno de los últimos peldaños de una larga, accidentada e intensa vida cargada de aventuras, de vivencias que comenzaron desde muy pequeño.

El mayor de siete hermanos, Tomás Rodríguez Zayas, Tomy, nació y creció en Barajagua, en lo que más tarde sería entronque de las carreteras a Holguín, Santiago de Cuba y Mayarí, en el corazón mismo del campo y de una familia montuna.

En la parcela, de media caballería de extensión, el padre cultivaba maíz para alimentar algunos machos y gallinas, plátano vianda, boniato, yuca y, además, frutas para la subsistencia de la familia. No daba para más, por ello también cortaba caña en cada zafra. Así podría, tal vez, comprarle ropa a los hijos y satisfacer otras necesidades mínimas.

Tomy nació en 1949, en un sitio apartado, monte adentro.

Cuando se construyó la carretera Holguín-Mayarí, los padres se mudaron para instalarse en un bohío de dos habitaciones a la vera de la vía.

Desde los tres o cuatro años ya le gustaba dibujar. La maestra que le enseñó a leer lo regañaba constantemente porque durante toda la clase no paraba, lápiz en mano, de inventar líneas y curvas sobre el papel. Nadie sabía de donde le venía esa inclinación, por no decir persistente interés y hasta vocación, aunque la madre diseñaba ella misma los manteles y otras piezas que tejía o bordaba. En ese entonces, un primo varios años mayor que él lo retó a ver quien dibujaba mejor y Tomy fue el vencedor. Ya no conforme, se propuso darle color a los dibujos, pero no contaba con los medios para hacerlo.

Así, se dio a la búsqueda de elementos cromáticos y empezó a probar con las plantas: el mataperro le daba una tinta violeta; en el cardo santo encontró cierta savia amarilla que al aplicarla se tornaba carmelita; la salvia le ofrecía el verde; de las hojas brotaba el jugo. De una semillita sacaba el rojo. A pesar de que la gama no era muy amplia pudo hacerse de varios colores. Lo más revelador de aquellas búsquedas era que el secreto de los tintes no se lo enseñó nadie, lo aprendió solo. El negro lo fabricaba con carbón que pulverizaba y después probaba las mezclas con los tintes de las plantas. Por lo visto, ya desde la niñez le atraía la experimentación.

Cuando empezó, a los cinco o seis años, en la escuelita rural situada a tres kilómetros de su casa, que andaba y desandaba cada día, le fueron a enseñar dibujo y resultó que ya sabía hacerlo mejor que sus condiscípulos.

Después tendría la suerte de que a la escuela llegara un maestro rural con experiencia en la enseñanza a los niños campesinos; era alguien interesado en propagar otros conocimientos, más allá del aprendizaje de la lectura y la escritura.

Desde el primer momento lo estimuló para que prosiguiera en tales empeños. Con frecuencia el maestro se los mostraba a los alumnos y propiciaba un ambiente que favorecía la creación y otras iniciativas. De ese modo fue afincando su interés. Lo mismo mostraba un Martí o un Maceo que una alegoría por el Día de las Madres. Y empezaron las demandas. Lo mejor consistía en que muchos iban a verlo dibujar. Hasta un chófer quería que le pintara algo en su camión y Tomy, el, sólo tenía siete u ocho años.

Lo extraño era que ni los familiares ni los vecinos le reprocharon jamás aquella pasión, pues tal actividad en ese medio era generalmente considerada improductiva, inútil. Lejos de ello, siempre lo estimularon. Por supuesto, nadie podía prever que el muchacho se dedicaría profesionalmente a la caricatura y al dibujo. Lo veían, ni más ni menos, como simple entretenimiento.

Quizás aquella actitud comprensiva respondía a una razón muy práctica: con sólo siete u ocho años ayudaba al padre en el trabajo en el campo. Puesto que era el hijo mayor, cargaba una cuota de responsabilidad en la familia. Lo cierto es que cuando Tomás, el padre, se iba a cortar caña a considerable distancia de la casa, Tomy le llevaba el desayuno y lo ayudaba a cortarlas y a apilarlas.

En los alrededores de Barajagua se enfrentaron en varios combates los rebeldes y las tropas bajo el mando del connotado esbirro Sosa Blanco. En uno de ellos tuvieron numerosas bajas y en represalia quemaron bohíos y casas o las ametrallaron, como a la familia de Tomy. Murieron varios vecinos del lugar así que se fueron al monte donde encontraron un reducido espacio en el barracón de una colonia de haitianos.

En 1961, con sólo doce años de edad, tomó el camino de las montañas de Moa, permaneció un tiempo hasta que fue trasladado a la casa de un campesino a orillas del río Nipe donde enseñaría a leer y a escribir a seis personas. En lo adelante se movería libremente.

Ingresó a la Secundaria en una escuela agrícola en el litoral de la bahía de Nipe donde aprendió a procesar los subproductos de la leche y de la carne de cerdo. Pero la estrella de Tomy (ese misterioso hilo invisible que acompaña a cada vida humana) más su entusiasmo sin desmayo por el dibujo y la pintura, influirían para que se le encomendara la tarea de poner en orden la biblioteca de la escuela. Allí encontró libros de arte, varias enciclopedias y El tesoro de la juventud. Aquello era el paraíso: podía dibujar todo el tiempo, le fascinaban las ilustraciones en colores y hasta se daba el lujo de copiar, por el placer más que por el ejercicio, las reproducciones de las obras maestras del arte universal. A esas alturas tenía dudas, las dudas de un adolescente que aún no había elegido un seguro destino.

Tres años después, obtiene una beca en la Escuela de Agronomía Alvaro Reynoso de Matanzas donde siguió empeñado en lo suyo, y hasta aceptó hacerse cargo del mural, pero aún no estaba convencido de que ese era su derrotero, una razón de vida; no tenía la certidumbre de que el arte era algo tan serio, tan necesario y tan útil como cualquier otro oficio o profesión.

En la escuela, durante los ejercicios militares, le pidieron que hiciera los gráficos. Pero él, además de dibujarlos, los ambientaba. De modo que, alrededor de las trincheras, creaba un entorno con matas y arbustos. Un día que llevó los croquis a la División conoció a Manuel quien también comenzaba como dibujante y humorista gráfico. Tomy no olvida que cuando Manuel vio sus dibujos le dijo: Si tú tienes una línea magnífica, ¿por qué no haces caricaturas?

En 1966 tenía diecisiete años y unas ganas enormes de hacer cosas y se puso a dibujar, a hacer caricaturas que le publicaron en Zunzún y en otras revistas y hasta obtuvo un segundo lugar en un concurso de Humor Gráfico en Matanzas. El primer premio fue para Manuel.

Entonces empezó a descubrir que lo suyo no era la agronomía sino hallar un modo de expresión con el cual pudiera exponer lo que necesitaba o quería decir. Además, estaba seguro de que lo lograría porque tenía facilidad para hacerlo.

Inquieto, curioso, asistía, al igual que Manuel, como oyente, a los cursos de la Escuela de Artes Plásticas de Matanzas.

Las cosas, sin embargo, no eran ni son tan sencillas. Y con más razón cuando se tiene la vida por delante y un cúmulo de posibilidades. Por ejemplo, ser piloto de combate. Después de pasar un curso y de someterse exitosamente a todos los ensayos, se le detecta en la prueba final un defecto en la visión que, aunque no constituía un problema en la vida civil, si era fatal para quien tripulara aviones de altas velocidades.

Es trasladado entonces a Managua para cumplir su Servicio Militar General.

Una semana después de que se exhibieran unos dibujos suyos en el Mural, un oficial, que a la vez era pintor y dirigía el taller encargado de la propaganda de esa unidad, preguntaba quién era el autor de los mismos. De inmediato, Tomy se puso a trabajar. Observaba, aprendía, experimentaba. Publicó dibujos y caricaturas en La Chicharra, suplemento humorístico que antecedió al DDT. Un día y otro visitaba, alertas la mirada y las ideas, galerías y museos, siempre confrontando en la práctica lo que ya había visto en libros y revistas.

Aceptó en ese momento, contra cualquier posible pronóstico, irse a Camagüey durante un año cuando se organizó la Columna Juvenil del Centenario. Se le designó oficial de operaciones en el Estado Mayor, sobre todo por su experiencia y su conocimiento del dibujo. Diseñaba, además, El Bayardo, periódico de la Columna y se encargaba de las caricaturas y las ilustraciones.

Conoció allí a Nuez, a Virgilio, a Wilson. Cuando cumplió su compromiso, al año exactamente, regresó a su casa en Barajagua. Después de tantas experiencias, tantas vueltas que dio y tantas cosas que hizo, algo dentro de él, quizás un susurro o un grito, lo sacudió para decirle que ya era hora de enfrentarse cara a cara con la vida, consigo mismo, es decir, con aquello que le venía ardiendo allá adentro desde su niñez, desde el fondo de su adolescencia, desde siempre: hacer su arte, reinventar la realidad, crear el universo de su imaginación, el que lo acompañaba fielmente desde que convertido en algo parecido a un niño prodigio, probaba mezclando los tintes de las hojas y de las matas para colorear algo parecido a una nueva existencia, y fue ese el instante en que se dijo que se iría a La Habana, que sería caricaturista o humorista gráfico, como se prefiera. Se iba, pues, a hacer su vida.

Y aunque parezca pura invención o imaginería, él también, como muchos otros antes que él, vinieron al asalto de la capital, durmió en un banco del Parque de la Fraternidad (hermoso nombre para acoger a legiones de desamparados).

Buscó quien pudiera ayudarlo, todos los días se dirigía a Palante pero no le publicaban sus caricaturas, sus dibujos.

Una vez más tuvo suerte pues encontró una buhardilla en Juventud Rebeldedonde dormían Manuel y otros periodistas que lo recibieron allí.

Después, por intermedio de Virgilio, se entrevistó con Pampín, el director de Pionero. Era un viernes y lo sometieron a una durísima prueba: el lunes debía entregarle terminada la portada de la revista. Tomy aceptó el reto. Fue a hablar con el responsable del taller de Rotograbado donde se imprimía la publicación, quien le explicó las técnicas de ese proceso. Con otros se informó cómo se trabajaban los originales, la separación de color y otros detalles. Trabajó y dibujó como un condenado ese fin de semana y el lunes, el alma ligera, hizo entrega de la misma. En lo adelante, y por un buen tiempo, sería prácticamente quien haría la portada hasta que pasó a DDT donde ha permanecido desde 1968.

Siempre buscó la forma de poder decir a través del dibujo lo que pensaba o lo que sentía; no era fácil establecer esa comunicación con la gente. El dibujo para él debe tener un interlocutor. Intentó vías para expresarse, para comunicarse. Quizás la caricatura, un medio que requiere de muchas sutilezas, y a través de la cual se pueden manifestar tantas cosas con un mínimo de elementos. Ahí estaba, ése podía ser el medio de expresión por excelencia. Para dominar la técnica trabajó con Posada, con Virgilio y con otros que le revelaron algunas mañas y secretos. Inquieto e impaciente por ganar más espacios inició la exploración en otros campos: el grabado, los sistemas de impresión, los medios tonos y el esparcido. Ha logrado magníficas calidades con la aerografía. Y ha continuado experimentando porque las innovaciones y los aportes en tales técnicas de las artes visuales son constantes.

Realizar una caricatura a veces lleva horas, en ocasiones días, hasta semanas. Pero cuando se produce el hallazgo, como dice Tomy, es una explosión, el resumen de muchas cosas y el caricaturista termina diciéndose: caramba, si estaba ahí, clarito, pero eso hay que descubrirlo.

Las funciones que ejerce la caricatura en el mundo moderno a través de los medios de difusión la distingue de las otras expresiones de las artes visuales. Mientras los pintores, por ejemplo, se quejan de que muy pocos espectadores asisten a sus exposiciones, los humoristas cuentan con miles y, en algunos casos, con millones que se detienen a mirar sus obras publicadas en los órganos de prensa o en Internet.

El humorista es un descubridor. A veces la gente no se percata de que tiene delante situaciones humorísticas. No están preparados para ello. Lo que él hace es mostrarle esas situaciones. A veces escucha un comentario y ya le dieron el chiste, la génesis de una caricatura. Profesional, al fin, está preparado, está ejercitado para ello, de modo que tiene que mantenerse alerta, estar abierto a todo.

Una condición indispensable: debe poseer un amplio nivel de información, conocer todo lo que acontece para enriquecer su manera de ver el mundo, las cosas que le rodean. Con frecuencia la gente no ve el humor que se desprende de una escena y cuando se la enseñan se ríen muchísimo. Hasta le dicen al autor. ¡Ah, qué buena está la caricatura! Y resulta que quizás esa misma persona la inspiró y después se rió de lo lindo al verla publicada.

Le contaba Manuel a Tomy que en los baños de cierto lugar había tres puertas. Una decía: Hombres, otra, Mujeresy la tercera, Empleados. Esos carteles se estuvieron viendo durante años y nadie se dio cuenta de que era un chiste. Pero cuando se dibuja, la caricatura adquiere la connotación de chiste. Después de todo, los humoristas no hacen más que reflejar lo que está presente, lo que bulle a su alrededor. De ahí la importancia del humorismo, que el humorista esté bien vivo en su tiempo, entre la gente, las cosas y los acontecimientos que los acompañan.

Como parte del proceso creativo, Tomy observa las diferentes situaciones, humorísticas o no, a los personajes o cualquier hecho que le sirva de anécdota. Luego las procesa en su memoria selectiva. De noche trabaja las ideas, aquellas que grabó en su mente y empieza a dibujar de una manera mecánica. Es como un entrenamiento, una manera de ir encontrando su forma. Dibuja sin pensar en lo que hace, pero va recordando aquello que le llamó la atención, lo registrado en su memoria. Hace anotaciones aparte y cuando lleva horas volcado en el trabajo, de momento, no sabe cómo, es algo inexplicable, empiezan a aparecer las ideas, cual si fuera alquimia o brujería; la idea que se le ocurre provoca otra, y esa la siguiente, que encadena con una nueva y así, en una noche, hace seis o siete caricaturas o afluyen otras tantas ideas. Algunas las dibuja inmediatamente o después, no importa, porque dibujar ya es para él un hecho mecánico.

Considera que en el humorismo gráfico de la isla se produjo un cambio radical que califica de codo histórico. Por supuesto, existían raíces, una sólida tradición de humorismo gráfico y oral con grandes exponentes.

Alrededor de 1970 emerge un importante grupo de humoristas que pertenecen a una misma generación, dentro del proceso de transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales. Ellos son, el propio Tomy, Manuel, Padrón, Carlucho, José Luis y el grupo de Melaíto. Después, aparecen Osmani y Ares.
En cuanto al proverbial sentido del humor del cubano no hay discusión. Buena parte de esa característica tan nuestra hay que adjudicársela a los campesinos. El humorismo preside sus fiestas. Las décimas, las controversias, serían impensables sin el humor.

Sin embargo, el humorismo tiende a hacerse cada vez más universal. También el humor gráfico cubano. Llega el humorismo de otros países, otras formas de abordarlo que dejan su huella, sus influencias. Los hay cubanos que han asimilado esas vertientes, como Carlucho, cuyo estilo y su concepto del humor no coinciden con el de otros humoristas en la interpretación de la realidad. Y, sin embargo, además de publicarse, la gente se ríe, aprecia las cosas.

El humor del cubano es muy comunicativo, singular. Quizás por ello es más entendible y comprensible fuera de Cuba; llega a otras culturas con formas específicas de idiosincrasia y, por tanto, más o menos cercanas al humor.

Al cabo de casi cuarenta años en la capital, ocurre que Tomy sigue teniendo muy presente el campo en la vida, en el trabajo, en su visión del mundo. Todo el año se lo pasa añorando a sus <>, a sus hermanos, quiere ir a verlos a su casa de Barajagua porque allá, la verdad, siempre lo pasa muy bien con su familia.
En una época se iba los fines de semana al campo, a una ciudad de la provincia La Habana donde sembraba malanga, plátanos, hacía trabajos manuales porque allí ni leía, ni dibujaba, ni hacía labor intelectual alguna. Después le esperaban, y le siguen esperando en la ciudad, unos días tensos, de concentración.

Sabe muy bien que tan pronto llega al verde, los animales, la tranquilidad, el contacto con los campesinos, el ambiente, lo sedan de inmediato. Confiesa que se siente muy bien en su compañía. Claro, el campesino es muy soñador, tiene espacio y tiempo para serlo. Y es que se pregunta por qué las estrellas no se caen, sueña con millones de cosas, tantas como las que alimentaba el espíritu de Tomy allá en su terruño, o aún en el asfalto y en La Rampa iluminada. Quizás porque soñar y reflexionar es exigencia y condición tan humana, tan universal y tan singular como la risa, objetivo y esencia misma del humorismo.

La obra de Tomy
Exposiciones personales de la obra de Tomy se han presentado en San José (Costa Rica), Luanda (Angola), Pyongyang (República Popular Democrática de Corea), Managua (Nicaragua), La Habana, Manzanillo, Güines y Bejucal (Cuba).

Ha participado en exposiciones colectivas en Varsovia, Budapest, Berlín, Gabrovo (Bulgaria), Luanda, Nanterre (Francia), Chicago (Estados Unidos) y en las ciudades italianas Forte de Marmi, Florencia, Trento y Livorno

Sus caricaturas han sido reproducidas en publicaciones como Tiempo de Mozambique, Narodna Mladesh de Bulgaria, La Garrapata de México, Novembro de Angola, El Imparcial y Estría, ambos de Maracay, Venezuela, Junge Welt y Eulenspiegel de Berlín, Ludas Matyi e Interpress Graphic de Budapest, Hungría, Ill Manifesto de Roma, Italia y La Semana Cómica de Managua, Nicaragua.

Algunas de sus piezas forman parte de la colección permanente de los museos del humor de Gabrovo, Bulgaria y de San Antonio de los Baños.
Sus caricaturas han obtenido treinta y seis premios en Cuba, de ellos veintiun primeros premios. Alcanzó otros de rango internacional en Polonia, Hungría, República Federal Alemana, Nicaragua, Unión Soviética y Cuba.

También comparte el Premio Sátira Política que se le otorgó al bimensual humorístico DDT que dirigía y que en1985, en Forti dei Marmi, Italia, fue seleccionada la mejor publicación de Humor Político a nivel internacional.

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